Quinta semana de concurso al rojo vivo. La frase de la semana 5 era: Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos.
A continuación el discurso de presentacion y los relatos que concursaban:
Muy buenas noches señoras y señores...
Desde muy pequeña he tenido pasión por la Literatura. Mi abuela me solía contar cuentos de su tierra, Melilla, casi siempre de miedo. Yo le cogía la mano y le pedía -Yaya, ¿me cuentas un cuento? Y ella empezaba con la frase mágica… Erase una vez…
Nosotros hemos tenido otra frase mágica para empezar los relatos esta semana, la número 5 desde que empezó el concurso de relatos de Diotima. Nuestra frase era “Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos”. Era todo un reto para nuestros escritores que sin embargo han vuelto a hacerlo. Han vuelto a conseguir darnos cada uno una visión distinta y a cual mejor.
Se que soy muy reiterativa cuando os digo que el jurado lo pasa mal para puntuar los cuentos pero es que es la verdad. Aquí tenéis el comentario de uno de ellos al pasarme las puntuaciones:
"Mar no sirvo para jurado. Sufro mucho repartiendo puntos (décimas mas bien) porque el nivel sigue siendo muy alto."
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Por ser la ultima semana del concurso de relatos Diotima, la frase de la semana seis tiene que estar a la altura de nuestro certamen. Se la he pedido prestada a un grandísimo escritor de la era victoriana, que estoy segura todos/as conocéis… Charles Dickens. De la novela “Historia de dos ciudades”.
La frase es:
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos"
Y nada mas, esperamos vuestro relatos. Suerte a todo.
Mar Shilova
Directora
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Sin más dilación, vamos a presentar los relatos de esta semana, como siempre el primero el ganador.
Título:Un guiño a dadá
Autor: Cool Vella. Puntuación: 24.9
Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos. Ya suenan los acerados cascos de los corceles. Y una Reina gorda da de beber a mil truhanes enseñándoles con descaro su profundo, fláccido y viejo escote. En él más de diez legiones bebieron. Destruye con su descarada risa todos los miedos. En una esquina, sola y desamparada, la niña que aún no es doncella, llora hecha ganas y desamparo. En un rincón miro abatido.
Mil muertos que no se dejan morir. Un recién nacido que no quiere nacer y llora. Dos nalgadas bien dadas y un primer llanto. Una madre que no sabe qué mirar. Una matrona que no sabe qué mostrar. En una esquina, acorralado por una voraz suegra, el padre se pierde. En un rincón miro sorprendido.
El roncar sombrío del moribundo que se deja morir en manos de la más experta de las rameras. Esa risa fácil que dejé caer o la lágrima que me ahogó en un vaso de agua que sólo dejaba un sorbo. Muchos deseos frustrados como lo es una noche de hastío o una velada de velar al muerto entre los ciegos que no aprendieron a hablar. Un sarcasmo que nada más me dije yo, sin rival, sin víctima, sin nadie más para reír. En un rincón escucho sin oír.
Ya me dejo morir. Ya mato el consuelo y, de paso, también te mato a ti. Me dejo morir lento. Te mato de cansancio, de ese que es aburrido, que no quiere decir nada, ni lo sabe ni quiere saber. Morimos vencidos, uno y otra, por los pies. En un rincón la Reina cortesana, la madre, el padre, la suegra, el niño, la noche, mil muertos, tú y yo… nos dejamos morir de risa, sentados, por los pies cansados.
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Título: Mío
Autor: Natalia Ectonite. Puntuación: 23.6
Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos, resistió lo mas que pudo, mi acoso, mi casería, mi deseo, apenas lo vi lo quise, supe que sería mío, deseaba poseerlo, domarlo, cabalgarlo, enseñarle quien mandaba.
Fue amor a primera vista, sus cabellos dorados, salvajes esas piernas bestiales, como nunca antes, quise poseerlo, sería la primera vez que fuera tan directamente sobre uno de su especie.
Intente muchos medios, hablarle, largas y tendidas horas, pero el muy desgraciado me rechazaba, luego intente llevarle regalos, pero se los comía con gula y se reía de mi.
Finalmente no resistí más, la fusta tiritaba en mi mano, toda yo tiritaba, le sorprendió mi presencia en esas imponentes botas de cuero, esa pequeña varita en mi mano, me miro como si fuera una broma. Pero no bromeo con lo que quiero.
Rápidamente lo monte, fue brutal, saltos, gritos, casi me vence, pero no… ningún caballo por muy pura sangre que sea se me resistirá y aquí estoy ahora a paso lento y seguro, con un bello trote, triunfante, en Mío.
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Autor: Cool Vella. Puntuación: 23.5
Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos.
Una detrás de otra, no todas juntas, en grupos de diversa longitud o multitud. Así caminan en negro sobre blanco. Hechas una hilera. Unidas de la mano. Avanzan lentas proclamando el costoso esfuerzo que es ser, casi se arrastran.
“Estoy cansado, muy cansado y muy triste. No soy feliz. Ni creo que esto vaya a mejorar. No hay segundas vidas. No hay regalos. No hay nuevas oportunidades. No hay nada mañana que sea diferente de lo que hubo ayer. No habrá nada. Nunca jamás. En lo más profundo de mí lo sé. El no quererlo reconocer es una cuidada mezcla de miedo y esa última desesperación que es el no querer saber.”
Así se dibuja su caminar.
Atrás, muy atrás quedó esa primera rima de métrica ortodoxa y cuidada que dejé resbalar sobre el papel. Recuerdo casi perdido en una adolescencia que quería decir adiós a la infancia y era despertar a una juventud llena de ilusión. Verso infantil.
Atrás quedaron pasiones, fuego, deseo.
Eran tiempos de musa y fuerza. También surgían una detrás de otra, pero eran torbellino, eran borbotón, vida. Pujaban unas contra otras por plasmarse la primera en ese blanco, casi sin tiempo para la reflexión. Su caminar era galope. Sus pasos sabían a ese grito alegre de la victoria.
Ahora, desprovisto de la última esperanza, las dejo salir de mis manos o las fuerzo a ello por un hábito que hizo de la costumbre necesidad. El ruido de mis palabras sobre el papel ya no es canto, tan solo un arrastrar de pies vencidos. Es una lenta procesión que se exprime dolorosa.
Pero aún vencidas y lentas, aún tristes y desesperadas, desilusionadas y amargas, impotentes, he de dejarlas caminar hasta ese momento del punto final.
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Título: El examen final
Autor: Marc Gene. Puntuación: 23.4
Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos: vienen a por mí. Sigo con la vista fija en el examen, bajo ningún concepto conviene levantarla ahora. Hay que comportarse como si nada ocurriera. Normalidad. Procuro que no me tiemblen las rodillas bajo las cuales sostengo el folio repleto de metáforas inteligentes, hipérboles audaces, y aliteraciones convincentes que necesito para aprobar. ¡Mierda!, se acerca el profesor con ese paso cansado de desgastar las baldosas del suelo, arriba y abajo en cada explicación. Veo sus zapatos a mi lado. Se detiene un minuto que se me hace interminable: el bolígrafo apoyado en el papel pero quieto; todos mis músculos tensos, sin moverme casi ni siquiera para respirar. Uf, se ha girado y vuelve a su mesa. No se atreve a mirar entre mis muslos, es pudoroso con las chicas adolescentes. Se levanta de nuevo. Miro de reojo su andar cansado. Se dirige hacia mí, se acerca con gesto difícil. Me ha pillado, estoy segura. Una gota de sudor recorre mi espalda despacito. La siento bajar por la espina dorsal, mojándome la piel lentamente y haciendo que la camiseta se me pegue al cuerpo. Esa gota representa el miedo que siento ante el descubrimiento de mi engaño. Ese miedo que recorre despacio pero intenso mi cuerpo. Un miedo tibio y pegajoso, como mi propio sudor. Llega a mi lado, siento su mirada sobre mí. Levanta un dedo acusador y se acerca. Todo ha acabado, no puedo aparentar que no pasa nada, todos los signos me delatan como culpable: mi corazón late desbocado, el rubor en mis mejillas, el sudor frío que recorre mi piel. Tengo ganas de ponerme en pie, de gritar que sí, que soy una copiona, una tramposa cuando... Nos quedamos sin final. El examen es de 300 palabras.
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Título: El crujido
Autor: Kar Gabilondo. Puntuación: 23.1
Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos, cada vez más cerca. Cuando llegan al borde de mi cama, se detienen. Es mi abuela. La tengo aún presente, en camisón blanco y largo, el pelo suelto y despeinado, sin su característico moño. Así se acercaba mi abuela las noches de la semana de fiestas que solía pasar en su casa: daba manotazos sobre mis piernas y muslos para saber si su nieta había llegado o no. Al menos no me daba con aquel palo con el que le daba al colchón de lana al que trataba como si fuera Lucifer en persona cada mañana, y en el que yo me hundía como si me tumbara en una nube de algodón cada noche
Aquella semana en casa de mi abuela era especial. Yo era una adolescente encantada de perder de vista a mis padres que eran muy estrictos con los horarios. Ella solo me decía que no volviera tarde. Yo regresaba casi de día, lejos de las horas en punto, puesto que de lo contrario, las campanadas de la iglesia me delatarían.
Recorría con cuidado aquella vieja casa donde no había una sola madera que no crujiese. Pisaba suavemente con el pie derecho, ñiccccc, y mantenía el izquierdo en el aire unos momentos. Silencio. Apoyaba entonces el pie izquierdo, ñeccccc y mantenía el derecho levantado. Así estaba cuando oí... !!!Ay Faustino!!! No estaba la situación como para reírme de la mención a mi abuelo-en paz descanse- y que ella me pillara llegando con ese brillo que los nuevos descubrimientos dejan en la mirada. Me quedé un buen rato a la pata coja y con los los brazos en cruz, extendidos para mantener el equilibrio, hasta oír un leve ronquido que, aún hoy, añoro cada día.
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Autor: Natalia Ectonite. Puntuación: 22
Ya se oyen esos pasos lentos de pies vencidos. Sus pasos marcaban el paso, de una vida larga, una vida plena, una vida bien vivida, por mucho tiempo sus enemigos no habían podido darle captura, todo Londres lo busco y nadie jamás puso con la velocidad de sus pasos y la inteligencia de su mente, esa lucidez que tanto enorgullecía… pero ahora, era el verdugo final quien le daba alcance, no podría escapar del juicio del tiempo, y mientras intentaba avanzar más rápido, ya escuchaba las voces de esas asquerosas rameras acercándose, Jack… ya es hora y esas risas estridentes que le reventaban los tímpanos.
Jack, Jack era como el tic tac de su corazón deteniéndose, pero antes de partir, antes de seguir ese camino, un último placer, se abrió a si mismo, su ultima víctima, la mejor, una sonrisa dolida y el fin.
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